Cuando el sol ya empezaba a amenazar con comportarse como en un día de verano, iniciamos nuestra ruta a pie por el Sendero de los Castañares, a un extremo del pueblo de Constantina. La sombra de los castaños resultó reconfortante, protegiéndonos del sol y, a lo largo del camino, sentimos cómo las castañas con su piel de erizo golpeaban el suelo. Luego nos fuimos al emplazamiento minero de Cerro del Hierro, donde contemplamos los extraños montes rojizos con arrugas y hendiduras inquietantes que contrastaban con el resto del paisaje, todavía árido por la falta de lluvias. Finalmente, nos acercamos al nacimiento del río Huéznar, un espejo acuático que conforma un remanso de paz rodeado por una fresca arboleda. Hicimos una parada para comer y nos adentramos en el cauce del río para contemplar de cerca las cascadas y, mientras tanto, aprovechamos la ocasión para refrescarnos.
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QUE BONITO EL RELATO, ME ENTRAN GANAS DE IR DE NUEVO, GRACIAS